Sonó el
despertador, eran las 4:50 am, hora en que Javier debía levantarse para dar
inicio a su trajinada y rutinaria vida. Sin embargo hoy era un día distinto, o
al menos eso creía Javier.
Se levantó de la
cama con algo de pereza, pero al instante recordó qué día era y se llenó de
pánico, a pesar de ser un hombre maduro de 68 años, no dejaba de sentir miedo,
como cuando era apenas un niñito de escuela y lo espantaban las arrugas de su
profesora Teresa. Recordó que hoy debía dar una conferencia a sus estudiantes
de último año, exponiendo un blog que debía haber creado hace más de 1 mes y en
donde debían estar consignadas las opiniones de cada uno de ellos frente a su
tema favorito que eran los ataques terroristas en el mundo durante el siglo XX. Pero Javier había hecho caso omiso a esta
instrucción del coordinador del Liceo
con la excusa de que era una verdadera pérdida de tiempo la construcción de
este blog, pues los muchachos no tomarían en serio la actividad.
Cuando llegó al Liceo, se dirigió a la sala de
audiovisuales en donde encontró a unos señores instalando un aparato que él no
conocía, al verlos allí se convirtió en una verdadera gelatina y su cabeza se
llenó de una maraña de telarañas de mil
colores; a pesar de su gran temor trató de controlarse y tener calma, sabía que
todo pasaría y que iba a estar haciendo el mismo trabajo y exponiendo el mismo
tema que manejaba desde hacía más de 30 años.
Pero cuando todo
inició y en la orden del día vio claramente el punto donde debía explicar las
opiniones de sus estudiantes, no pudo continuar, simuló un fuerte dolor en el
pecho y un desmayo, no podía quedar mal frente a todos sus estudiantes, él
debía guardar su reputación de maestro responsable e intachable que conservaba
muy bien desde hacía muchos años, entonces fue llevado a la enfermería y de
allí trasladado a una clínica cercana donde el médico le diagnosticó:
estrés.
Su familia, amigos,
estudiantes y compañeros se solidarizaron con él y le sugirieron reposo permanente,
pues él había sido pensionado hacía pocos años, pero seguía ejerciendo su
profesión. Javier no pudo siquiera imaginarse el resto de sus días relegado a
su casa y a una vida de pensionado y viejo decrépito, así que se opuso
rotundamente a la sugerencia, pues para él era muy claro que no tenía ningún
tipo de estrés, lo único que tenía sabia con certeza era que había temido al
cambio, a lo novedoso y sabía que si quería ser parte de esos procesos de
enseñanza en este momento debía ser flexible o someterse al olvido de la
jubilación.
